No podía oír su voz o sentir su tacto, pero su luz y su
calor ardían en cada rincón de aquella casa y yo, con la fe de los que todavía
pueden contar sus años con los dedos de las manos, creía que si cerraba los
ojos y le hablaba, ella podría oírme desde donde estuviese.
"Hay cosas que sólo pueden verse entre tinieblas." (Sempere)
A mis ojos de niño de diez años, aquellos individuos
aparecían como una cofradía secreta de alquimistas conspirando a espaldas del
mundo.
Cada libro, cada tomo que ves, tiene alma. El alma de quien
lo escribió, y el alma de quienes lo leyeron y vivieron y soñaron con él. Cada
vez que un libro cambia de manos, cada vez que alguien desliza la mirada por
sus páginas, su espíritu crece y se hace fuerte.
Al poco, me asaltó la idea de que tras la cubierta de cada
uno de aquellos libros se abría un universo infinito por explorar y de que, más
allá de aquellos muros, el mundo dejaba pasar la vida en tardes de fútbol y
seriales de radio, satisfecho de ver hasta allí donde alcanza su ombligo y poco
más.
En una ocasión oí comentar a un cliente habitual en la
librería de mi padre que pocas cosas marcan tanto a un lector como el primer
libro que realmente se abre camino hasta su corazón. Aquellas primeras
imágenes, el eco de esas palabras que creemos haber dejado atrás, nos acompañan
toda la vida y esculpen un palacio en nuestra memoria al que, tarde o temprano
–no importa cuántos libros leamos, cuántos mundos descubramos, cuánto
aprendamos u olvidemos-, vamos a regresar.
Un secreto vale aquello de quienes tenemos que guardarlo.
Barceló: "¿Qué edad tiene el mozalbete?"
Daniel: "Casi once años."
Barceló: "O sea, diez. No te pongas años de más, sabandijilla, que
ya te los pondrá la vida."
"No hay lenguas muertas, sino cerebros aletargados." (Gustavo Barceló)
Aquella tarde de brumas y llovizna, Clara Barceló me robó el
corazón, la respiración y el sueño.
“Nunca te fíes de nadie, Daniel, especialmente de la gente a
la que admiras. Ésos son los que te pegarán las peores puñaladas.” (Clara Barceló)
“Jamás me había sentido atrapada, seducida y envuelta por
una historia como la que narraba aquel libro. Hasta entonces para mí las
lecturas eran una obligación, una especie de multa a pagar a los maestros y
tutores sin saber muy bien para qué. No conocía el placer de leer, de explorar
puertas que se te abren en el alma, de
abandonarse a la imaginación, a la belleza y al misterio de la ficción y el
lenguaje. Todo eso para mí nació con aquella novela.
¿Has besado alguna vez a
una chica, Daniel? Bueno, eres muy joven todavía. Pero es esa misma sensación,
esa chispa de la primera vez que no se olvida. Éste es un mundo de sombras,
Daniel, y la magia es un bien escaso. Aquel libro me enseñó que leer podía
hacerme vivir más y más intensamente, que podía devolverme la vista que había
perdido. Sólo por eso, aquel libro que a nadie importaba cambió mi vida.” (Clara Barceló)
Llegado a este punto, yo había quedado reducido a pasmarote,
a merced de aquella criatura cuyas palabras y cuyos encantos no tenía ya modo,
ni ganas, de resistir.
Las mujeres tienen un instinto infalible para saber cuándo un
hombre se ha enamorado de ellas perdidamente, especialmente si el varón en
cuestión es tonto de capirote y menor de edad.
En mis sueños de colegial siempre seríamos dos fugitivos
cabalgando a lomos de un libro, dispuestos a escaparse a través de mundos de
ficción y sueños de segunda mano.
No viendo oportunidad más idónea en ciernes, dejé caer como
quien no quiere la cosa que si les parecía bien, podía pasarme al día siguiente
por su domicilio a leer en voz alta algunos capítulos de La Sombra del Viento para Clara. Barceló me miró de reojo y soltó
una carcajada seca a mi costa.
-Chaval, que te embalas- masculló, aunque su tono delataba
su beneplácito.
-Bueno, si no les va bien, quizá otro día o…
-Clara tiene la palabra –dijo el librero-. En el piso ya
tenemos siete gatos y dos cacatúas. No vendrá de una alimaña más o menos.
No volví a pedirle a mi padre que me llevara a visitar la
pluma de Víctor Hugo, y él no volvió a mencionarla. Aquel mundo parecía haberse
esfumado para mí, pero durante mucho tiempo la imagen que tuve de mi padre, y
que aún hoy conservo, fue la de aquel hombre flaco enfundado en un traje viejo
que le venía grande y con un sombrero de segunda mano que había comprado en la
calle Condal por siete pesetas, un hombre que no podía permitirse regalarle a
su hijo una dichosa pluma que no servía para nada pero que parecía significarlo
todo.
Una de las trampas de la infancia es que no hace falta
comprender algo para sentirlo.
Para cuando la razón es capaz de entender lo sucedido, las
heridas del corazón ya son demasiado profundas.
me ha encantado la frase sobre las mujeres que saben cuando se enamora un hombre de ellas, que sabia es! gracias por tu comentario! muy interesante tu blog, te sigo! un beso
ResponderEliminarspanishcoolhunterb.
Hola, que cabecera más chula, me ha encantado.
ResponderEliminarTe invito a conocer mi blog, espero verte por alli, besos.
Te sigo
http://elbauldeanalu.blogspot.com
Hola cielo, estoy promocionando el sorteo de mi blog, tres precisos anillos de la firma de joyas LOTUS MENDES, valorado cada uno en 59$, por si te anímas a participar. MIl besosss
ResponderEliminarPD: Leí este libro hace un par de meses, me lo regaló mi novio por reyes ya que me encanta leer. La verdad es que me pareció buenísimo, no había leido nada de este autor, pero me mantuvo enganchada hasta el final¡¡
te sigo¡¡
Hola! Para empezar decirte que la cámara es una Nikon D3100. Me encanta el libro, tiene muy buena pinta tu blog, te seguiré de cerca!
ResponderEliminar¡Disfruta mucho de las vacaciones!
J. Héctor
A mí me encantan las citas de los libros, películas, series... muy buena idea! xxx
ResponderEliminarme encantan esas frases de los libros que con pocas palabras lo dicen todo :)
ResponderEliminarsayqueen